miércoles, 27 de abril de 2016

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Supervivientes y Victimas de la nueva reestructuración de la banca, buena sólo para los accionistas

En los seis meses posteriores al estallido de la crisis, el 20% de los empleados del sector bancario perdió su puesto. Pero había algo peor



La reestructuración del sector bancario español ya está aquí, y promete llevarse unos cuantos puestos de trabajo por delante. A finales de marzo, el Santander empezaba a reducir plantilla y a cerrar oficinas en el inicio de la reconversión bancaria. Es el primero -y más grande- de una lista a la que pronto se sumarán otros bancos españoles, que tienen por delante un largo periodo de despidos, cierre de oficinas y fusiones por el desplome del negocio.

Buena razón para que unos cuantos miles de trabajadores del sector de la banca pasen las noches sin pegar ojo. Sin embargo, no deben temer. No porque no puedan perder su puesto, algo que en muchos casos parece irremediable, sino porque lo que les ocurre a los banqueros despedidos no es exactamente lo que piensan, como sugiere una investigación publicada en 'Work, employment and society' y llamada 'The health and well-being of bankers following downsizing: a comparison of stayers and leavers'
La investigación fue llevada a cabo en un contexto muy particular: la Islandia de los años de la crisis, que vio cómo su sector bancario se iba a pique de la noche a la mañana. Era la primera semana de octubre de 2008, y dichos trabajadores estaban muy poco acostumbrados, por no decir nada, a los ajustes de personal. Sin embargo, el colapso de los tres grandes bancos islandeses (Kaupthing, Glitnir y Landsbanki) dio el pistoletazo de salida a la crisis, puesto que entre los tres formaban el 85% del sector.
En ese periodo de tiempo, se produjeron 218 despidos masivos, y los niveles de paro aumentaron de un 1,8% en 2008 a un 7,8% en 2009 para las mujeres y de un 1,5% a un 8,8% para los hombres. En los seis meses posteriores al estallido de la crisis, el 20% de los empleados del sector bancario perdió su puesto. Unos datos que harían pensar a cualquiera que no podía ocurrir nada peor que quedarse sin trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que los islandeses están mucho menos acostumbrados al desempleo que los españoles. Pero no era así, había algo aún peor: conservar el puesto de trabajo.

Supervivientes y víctimas

Según la visión habitual de cualquier proceso de reducción de plantilla o ERE, hay dos bandos: los que ganan y los que pierden, los supervivientes y las víctimas. En definitiva, los que se quedan y los que se ven obligados a marcharse. No cabe duda de que es razonable: pocas cosas peores se nos pueden ocurrir que perder nuestro trabajo, ya que de él depende nuestra subsistencia. Sin embargo, la investigación propone un resultado y una lectura muy diferentes.
De acuerdo a los resultados de la investigación sobre el ánimo y la salud mental de los participantes, “los empleados bancarios que se escaparon de los recortes de plantilla y se quedaron trabajando en los cambiantes bancos islandeses manifestaron un bienestar menor y peor salud que aquellos que fueron despedidos, algo que se aplicaba tanto a hombres como a mujeres”. De todos los participantes, no había grupo que saliese mejor parado que los que habían sido despedidos y pronto encontraron un nuevo trabajo (Bueno esto en España es muuuucho mas dificil). Sin embargo, en términos generales, era preferible haber sido despedido que haber seguido empleado en uno de esos puestos. ¿Por qué? La respuesta es muy sencilla.
En primer lugar, aquellos empleados que habían sobrevivido al ERE seguían considerando que su puesto de trabajo era muy inestable, ya que no sabían cuándo se produciría el próximo. A ello hay que añadir una mayor exigencia por parte de sus superiores; alguien tiene que hacer el trabajo de todos aquellos que han sido despedidos. También juega un importante papel el miedo a lo que pueda reparar una hipotética reestructuración empresarial. ¿Dónde voy a terminar, cuál será mi próximo rol, sabré cumplir con los objetivos, tendré que reciclarme…? 
Hoy todos somos víctimas, ya que la inestabilidad que sienten los trabajadores por el miedo a perder su trabajo es cada vez mayor
Por el contrario, si uno ha sido despedido, ya no tiene por qué preocuparse por todos esos problemas. Muerto el perro, se acabó la rabia. Sus preocupaciones se centran en buscar un nuevo trabajo, (jajaja, qué facil) en garantizar su estabilidad financiera o en recuperar la pérdida de estatus e identidad habituales tras haber sido despedido. Por lo general, la sociología (y, no nos engañemos, el sentido común) sugería que esto último era mucho peor que tener que sufrir miedo a un ulterior despido. Sin embargo, esta investigación sugiere que “aunque trabajar es preferible a estar en paro, un empleo de baja calidad caracterizado por un gran número de factores estresantes, como los que suelen aparecer después de los despidos, puede ser tan malo para la salud de los empleados como el desempleo”. 

¿Un nuevo paradigma del bienestar?

La creciente inseguridad no es el único motivo por el que aquellos que fueron despedidos se sentían mejor que los que conservaron sus empleos. Coyunturalmente, es posible que “haya cuestiones relacionadas con los repentinos cambios del estatus de los bancos en la sociedad y su mala reputación, que pueden haber aumentado el nivel de estrés de los que se quedaron”. Incluso, como señalan los autores, cuando nunca antes en la historia de Islandia los banqueros despedidos se habían encontrado con tales dificultades a la hora de hallar un nuevo empleo.
“Este estudio muestra que en una sociedad en la que el desempleo se incrementa cada vez más, puede ser menos estresante dejar un trabajo pagado que permanecer en un lugar de trabajo cambiante y probablemente caótico”, señalan los autores. Una tesis que muchos, especialmente los parados de larga duración, considerarán casi una provocación, pero que sin embargo nos recuerda que hoy todos somos víctimas, en cuanto la inestabilidad intrínseca del puesto de muchos trabajadores genera cada vez más ansiedad entre los que lo ocupan
Hasta un 46% de los hombres y un 57% de las mujeres que sobrevivieron al ERE manifestaban sentirse poco seguros en su trabajo y mostraban el nivel más bajo de bienestar. La solución propuesta por los autores es la siguiente: “En el momento inmediatamente posterior a una reducción de plantilla, es importante enfocarse en mejorar el ambiente de trabajo y evitar cualquier riesgo para la salud y el bienestar de los empleados”. Y, dado que esta inestabilidad suele provocar un peor rendimiento entre los empleados, debería interesar también a las empresas que sus trabajadores no sientan continuamente que pueden ser despedidos al día siguiente.
HÉCTOR G. BARNÉS

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