lunes, 11 de julio de 2016

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Los especuladores que viven a costa de nuestra vida y nos llevan al naufragio: ¡0h bancos! ¡Mis bancos!”.


Es bueno y legítimo recordar de vez en cuando la pregunta que Bertolt Brecht deslizó en su Ópera de los tres centavos: “¿Qué es el robo de un banco comparado con el hecho de fundar uno?”. La pregunta es una respuesta sobre el modo en el que una sociedad puede legalizar operaciones de explotación ilegítima. Y ahora que se habla tanto de corrupción, dinero negro y fraude, conviene recordar que los verdaderos cuchillos que dibujan en la piel de cada individuo el mapa de una sociedad se ofrecen en los escaparates y se venden de forma legal.

Mientras estaba leyendo en el periódico que Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea entre 2004 y 2014, acaba de firmar como presidente no ejecutivo de la casa de especulación Goldman Sachs, recibo una llamada del despacho laboral de un banco para avisarme de que en una semana van a proceder contra mí por una deuda de 85 euros. Primero pienso que debe tratarse de un error, que no tengo nada que ver con ese Banco Mare Nostrum, pero después recuerdo que la Caja de Ahorros de Granada acabó en sus garras cuando se desataron los procesos de absorción. Junto con las dos últimas reformas laborales, el desmantelamiento de las cajas de ahorros, obligadas a invertir parte de sus beneficios en obra social y en desarrollos del territorio, ha sido la actuación política más graves de los partidos que cantan la internacional del neoliberalismo. Los colmillos de los grandes bancos exigían ese cuello.

Abrí una cuenta en la Caja de Ahorros de Granada en 1981, cuando empecé a trabajar. Confieso cierta melancolía al escribir sobre una oficina situada en mi barrio de siempre, junto a la casa de mis padres, regentada por gente a la que conozco y de la que recibí un trato amable hasta que decidí cambiar mi nómina de entidad. A Granada le tengo lealtad, al Banco Mare Nostrum ninguna. Dejé la cuenta a cero y busqué cueva en otra selva más cercana a mi vida de hoy. En cualquier caso, cuando me acerqué a la vieja sucursal a preguntar qué pasaba con los 85 euros ya sabía que me iba a guardar en el bolsillo la impertinencia con la que traté a la abogada del teléfono. No dudé en decirle que iría a solucionar la situación, aunque sospechaba que se trataba de alguno de esos robos que los bancos legalizan con el nombre de comisión... Cajeros, ingresos, transferencias, sístoles, diástoles, lo que antes era gratis a cambio de especular con nuestro dinero, ahora resulta carne de cañón y comisión. Pero no iba a pagar el pato con los trabajadores de la vieja sucursal. ¡Qué culpa tienen ellos!

De una forma muy educada me explicaron que, aunque llevaba años con la cuenta a cero, me habían enviado una tarjeta de crédito (que yo nunca pedí ni recibí), que la comisión por enviar la tarjeta era de 40 euros y que los intereses por impago de esos 40 euros sumaban otros 45. De ahí mi deuda. Para cerrar mi cuenta tuve que pagar, además, una comisión de 35 euros. Esa modesta riqueza de 120 euros no le llegaba al mundo desde los barcos de pesca, ni desde los huertos que dan tomates, ni desde los talleres que producen bienestar, sino de la explotación legalizada. Y la califico de riqueza modesta porque si la comparamos con la legislación española sobre desahucios, que ha sacado la sangre y el alma a miles de vidas, es sólo una broma barata.

También es una broma barata si la comparamos con el negocio que representa para los bancos la Unión Europea. Hace unos días Begoña P. Ramírez publicaba en infoLibre una crónica sobre el comportamiento feliz de unas entidades que reciben dinero gratis del BCE y luego lo prestan a una media del 8,6 %. ¿Podemos extrañarnos del Brexit o de las indignaciones sociales, que a veces derivan hacia al racismo y la extrema derecha, con un BCE que trabaja en favor de la especulación de los bancos en vez de ayudar a los Estados, es decir, a la ciudadanía?

¡Oh especulación! Durão Barroso firma por Goldman Sachs en Londres para ver cómo se puede convertir el Brexit en beneficio especulativo. ¿Por qué hay guerras? Porque hay industria armamentística que alimentar. Quien participó en la reunión de las Azores en marzo de 2003, junto a Bush, Blair y Aznar, apoyando la guerra de Irak y convirtiendo en negocio la mayor catástrofe humana de los últimos años, bien puede ahora sacar beneficios del Brexit. Contará con el sabio consejo de Mario Draghi, otro hombre de Goldman Sachs, además de presidente del Banco Central Europeo.

A España le toca en estas cosas bailar con el más feo. Nuestro ministro Luis de Guindos era el presidente en España y Portugal de Lehman Brothers, ese nido de especuladores que quebró en 2008, dando el pistoletazo de salida a la crisis y a sus buitres. El alma de Europa está en manos de los bancos y la especulación. Hablar de derechos sociales y democráticos es una farsa que legaliza lo que no es legítimo. Walt Whitman escribió un conmovedor poema en homenaje al capitán que había salvado un barco del naufragio a costa de su vida: “¡Oh capitán! ¡Mi capitán!”. Nuestra Unión saluda a los especuladores que viven a costa de nuestra vida y nos llevan al naufragio: ¡0h bancos! ¡Mis bancos!”.

Acabo con otra frase de Brecht: “Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque”. Los que no somos partidarios de la violencia, de los francotiradores o de la extrema derecha, estamos obligados a buscar y crear políticos que nos defiendan.
Luis García Montero (Infolibre)

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