Hace unos años, en plena polémica sobre los riesgos geopolíticos que planteaba la situación de Irak, Donald Rumsfeld, el secretario de defensa de Estados Unidos, pronunció unas frases con frecuencia recordadas. Dijo: «Hay certezas conocidas; esto es, cosas que sabemos que sabemos. Hay incógnitas conocidas, es decir, cosas que sabemos que no sabemos. Y hay incógnitas desconocidas; o sea, cosas que no sabemos que no sabemos».
Los elementos del escenario que ofrecen más certidumbre se refieren a determinadas fuerzas estructurales que ya llevan tiempo en marcha y que, todo hace pensar, seguirán activas por algún tiempo adicional. Por lo general, significan vientos de cara para los países desarrollados y de cola para los emergentes.
La más importante es el proceso de desapalancamiento en el que todavía están inmersos numerosos sectores de países avanzados clave, como Estados Unidos, Reino Unido y varios de la eurozona. Familias, Gobiernos y entidades financieras deben reducir sus niveles de deuda, lo que constituye un freno a la expansión del gasto y del crédito en estos países.
En el caso del sector financiero europeo, para que el proceso de desapalancamiento se pueda llevar a cabo de manera acompasada, es imprescindible seguir avanzando de forma decidida en el proceso de reformas, tanto a nivel nacional como europeo.
Como contrapunto, los países emergentes presentan niveles bajos de endeudamiento, y cuentan además con diversas palancas impulsoras del crecimiento: la demografía, la adopción de progresos tecnológicos, la liberalización de mercados, y una estabilidad política y social cada vez más consolidada.
Las «incógnitas conocidas» son factores de riesgo ya identificados que pueden alejarnos de esas cifras, para bien o para mal. La lista es larga, pero las más destacadas se remiten a las actuaciones de política económica e institucional, así como la calibración de sus efectos.
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