Las múltiples fechorías perpetradas en las cajas de ahorro son fuente interminable de diligencias judiciales. Hace poco, la excúpula directiva de Caixanova compareció ante la Audiencia Nacional. Se le imputan delitos de apropiación indebida y administración desleal por haber concedido un crédito de 67 millones al hermano del ex director general adjunto, Gregorio Gorriarán, para que adquiriera unos solares en Madrid. El empréstito acabó impagado y ocasionó a la institución un quebranto de casi 42 millones.
Este gatuperio es una de las infinitas muestras de la desenvoltura con que las cajas se gestionaron durante la pasada burbuja inmobiliaria. Con anterioridad al lance transcrito, la magistratura ya citó a las planas mayores de otras varias entidades porque incurrieron en deslices similares, o bien porque se embolsaron unos finiquitos de escándalo.
La lista abarca la descomunal Caja Madrid-Bankia, las catalanas Caixa Penedès y Caixa Catalunya, las levantinas Caja del Mediterráneo (CAM) y Bancaja, más las de Burgos, Castilla-La Mancha, Duero, España y Segovia, entre otras.
El próximo mes de junio se cumplirán cuatro años de la fecha aciaga en que el Gobierno de Rajoy pidió a Europa un gigantesco crédito de 100.000 millones, equivalente al 10% del Producto Interior Bruto del país, destinado a evitar el desplome de nuestro sistema financiero.
Sólo el apuntalamiento de dos engendros, Bankia y Caixa Catalunya, volatilizó 22.400 y 12.000 millones, respectivamente
Al final, sólo hubo que echar mano de 40.000 millones, si bien el Estado acabó aportando al sector, entre pitos y flautas, 61.500 millones. Hoy ya se puede aseverar, sin ningún género de dudas, que el grueso de esa cantidad, la inmensa mayoría de esos caudales, se ha perdido para siempre. Como el Estado carecía de tal dineral, tuvo que pedirlo prestado a Europa. Así, la factura se transformó en deuda que ha pasado a nutrir el pasivo nacional, o sea, que se repartirá a escote entre la masa inerme de los ciudadanos.
De cifra tan mareante, sólo el apuntalamiento de dos engendros, Bankia y Caixa Catalunya, volatilizó 22.400 y 12.000 millones, respectivamente. Uno y otro estaban politizados hasta el tuétano. Sus consejos de administración rebosaron de políticos, sindicalistas, paniaguados y amiguetes de todo pelaje. Rodrigo Rato y Narcís Serra, máximos jerarcas de las dos casas, ocuparon antes la vicepresidencia de los Gobiernos de José María Aznar y de Felipe González.
Una fortuna por la alcantarilla
Al día de hoy, el inmenso agujero generado sigue intacto. Apenas se han recuperado 2.660 millones por las ventas de Catalunya Banc –sucesor de Caixa Catalunya–, de Novacaixagalicia y de Banca Cívica, o por la amortización de obligaciones de Liberbank. Queda pendiente el lote gordo, el traspaso de Bankia al regazo privado. Pero ni los más optimistas creen que vaya a conseguirse, ni de lejos, el retorno del dinero esfumado.
La banca pública encarnada en las cajas acabó por costarnos un riñón
Corolario de esta brutal crisis es la desaparición de las cajas de ahorros, que habían llegado a representar la mitad del conglomerado financiero nacional. No está de más recordar que las entidades más dañadas, las que han acarreado un mayor coste a los ciudadanos, resultan ser las que más prebostes de la política alojaban en sus órganos de gobierno.
A la luz de semejantes hechos, no deja de ser sorprendente que los gerifaltes de ciertos partidos se llenen estos días la boca con la promesa de reinstaurar la banca pública si alcanzan el poder. Es como para echarse a temblar. La banca pública encarnada en las cajas acabó por costarnos un riñón. Y encima, la UE tuvo que intervenir nuestro sistema.
Más vale, pues, que quienes propugnan el glorioso retorno de la banca estatal, consagren sus esfuerzos a otras iniciativas menos dañinas. Un disparate de ese calibre no puede desembocar en otra cosa que no sea una ruina completa. Como antes dejé escrito, los fondos que nos prestó la UE están apuntados directamente en la lista de los pasivos nacionales. Así que la factura del desastre de las cajas se ha cargado a los hombros de las generaciones venideras. ¡Menudo legado vamos a dejarles!
Más vale, pues, que quienes propugnan el glorioso retorno de la banca estatal, consagren sus esfuerzos a otras iniciativas menos dañinas. Un disparate de ese calibre no puede desembocar en otra cosa que no sea una ruina completa. Como antes dejé escrito, los fondos que nos prestó la UE están apuntados directamente en la lista de los pasivos nacionales. Así que la factura del desastre de las cajas se ha cargado a los hombros de las generaciones venideras. ¡Menudo legado vamos a dejarles!
Gonzalo Baratech
Las ayudas públicas concedidas a Bankia ascienden a 147.810 millones.
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